REOJOS
Eduardo Milán es uno de los más prestigiosos críticos y poetas en lengua castellana, nacido en Rivera, Uruguay, en 1952, vive en México desde 1979. Ha publicado entre otros muchos libros, Estación, estaciones, Nervadura, Cuatro poemas, Errar, La vida mantis, Nivel medio verdadero de las aguas que se besan, Circa 1994, Son de mi padre, Alegrial, Razón de amor y acto de fe o Acción que en un momento creí gracia. Su labor como crítico literario está vinculada a revistas como Vuelta, dirigida por Octavio Paz. Como ensayista y antólogo ha publicado los libros Una cierta mirada (UAM, México 1989, Justificación material (FCE, México, 2004) o Pulir Huesos (Galaxia Gutemberg 2007). En 1997 obtuvo el importante Premio de Poesía de Aguascalientes.
ENTREVISTA

No sé si “excrecencia” sería la palabra para designar a la poesía en esta época. Si lo fuera, comprometería en su uso a las distintas instituciones que reniegan de su carácter institucional de excrecencia e insisten en su “valor cultural”. En todo caso, la poesía es un elemento –un acontecimiento como diría Alain Badiou, cuando la poesía que reviste esa característica lo es de veras- que no encuentra lugar. Curioso: la poesía que es un encuentro no encuentra lugar. Tal vez sea esa la característica del encuentro: aquello que sobrevive sin lugar, en movimiento. Poesía. La contradicción o la paradoja.

Sin duda, no basta hablar de lengua para hablar de “lo mismo” poético. Un poema es un acto de habla poético más o menos autoabastecido, más o menos carente, más o menos indigente –sin abusar de palabras que tienen una específica realidad en el mundo social-. Pero poesía es mucha cosa: caminar, clima, situación, acontecimiento, modo, precisión, atardecer. Desolación, prolongación de la desolación. Plenitud, follaje. Todo eso. Historia, también. Memoria escrita. Cuando uno escribe poesía entra en el juego esa condensación de lenguaje donde todo, como una epifanía, se hace presente. O donde todo desaparece como era y aparece como algo diferente. Creo que una de las razones de la diferencia en los planteos de escritura poética está en la aceptación –o no- de la poesía como algo variable, no inmóvil, no perenne en su modo de manifestación. Si uno cree que un bombardeo no cambia el modo de escribir seguirá escribiendo sin ver las ruinas, sentado sobre ellas, sordo al grito y al lamento.

Creo que la lectura de las realidades determinan los modos de producción. Si uno cree que vive en un sueño europeo malogrado –un sur de América Latina sin dictaduras, por ejemplo- puede escribir la tristeza de Europa o el horror de América Latina. Pero su referente será ese. Si uno escapa a esa forma de dependencia –que es de lo más difícil de escapar- podrá construir otra cosa distinta. En lo que creo poco es en la negación de la cultura y de la civilización de donde uno proviene porque ya no le sirve como modelo. Creo que hay que construir el lenguaje posible sin ser sordo a los otros lenguajes y sin dejarse, tampoco, obnubilar por ellos. Eso no significa legitimar el falso principio de aceptación de toda realidad que es ese “somos así” que disfraza más una impotencia que un principio de identidad. Uno puede ser monstruosamente así y eso no implica ningún valor.

El poeta por su escritura crea mundos. No son, ya ahora, mundos completos, coherentes. Una comunidad apartada que sobreviva en otra época histórica podrá crear mundos coherentes, “todos coherentes”, como decía Pound. Ahora, más o menos civilizadamente, más o menos brutalmente, como se vive en Occidente, parece poco probable: la incompletud de la imagen del mundo ha seducido a la conciencia, restándole responsabilidad.

Belleza es muchas cosas. Hay muchas maneras, como sabían los griegos, de manifestación de eso que ellos nombran Uno. Lo que yo no sé es si en nuestro caso, en esta época, eso lo comprobamos por aceptación de la multiplicidad o por desintegración de la unidad. Nuestra cultura está desintegrada desde hace rato, la cultura judeo-cristiana. Alguien se refería hace poco, en alusión al triunfalismo vaticano por el triunfo de Berlusconi, a la euforia anti-zapatero como una victoria anticipada. Y concluía con algo así: para ellos (para los obispos del Vaticano) todo es posible, para ellos, que lograron “suspender el cristianismo”. Genial. Manuel Rivas.

En este mundo-tal-como-está todos somos un poco extranjeros y algunos lo aceptan más que otros. Es un mundo para extrañar, en la doble acepción de volverse extraño –al mundo y, por lo tanto, a uno mismo- y de sentir nostalgia de él. Soportamos la extrañeza pero no la extranjería. El poeta la acepta. Y acepta también la migración.

Creo que sí. Lo difícil es relacionarse con eso poéticamente hablando. Hay que saber que el mito como discurso no dice nada más que eso, no es un discurso regenerante, está intacto. La poesía no. En ese sentido la poesía no es un lugar: bordea el mito, le da vueltas, pero no a “la cosa mítica”: no hay tal cosa. Hay ruinas. Es al discurso al que lo bordea. Lo impensable para mí es pretender crear “discurso mítico” como quien crea poemas. Es insostenible plantearse al poema con esa función. Sin paso del tiempo el mito no aparece como tal. Los “mitos de hoy” no son mitos porque no hay suficiente tiempo transcurrido. Se trata de idealizaciones, de iconizaciones. Hay una “necesidad del mito” que es más que nada una necesidad de tiempo, de retemporalizar el mundo. Para cuando los poemas de ahora pudieran convertirse en mitos quien sabe si existen todavía mundo y humanidad. El poema cuenta con lo que hay y con lo que no hay ahora, no con el haber o el no haber eternos. Los poemas no saben nada de eso.

El ejemplo de la publicidad es el más elocuente. El espectáculo también vive de un concepto de “poesía”. Es la estetización de la vida y del mundo. Pero tampoco hay que “sacralizar” la poesía: la poesía es secularización aun antes de haberla sido. Se diría que en el mismo instante en que el rezo o la oración oficiaban ya se perfilaba el poema como una cosa distinta.

El poeta es un mediador como el político es un mediador. Están equilibrando mundos. Algún equilibrio hay que mantener. El equilibrio entre la palabra y el silencio es difícil. El equilibrio entre la pobreza y la contención. Más difícil aún: el equilibrio entre la riqueza y la no-explotación. En estas dos formas del equilibrio pocos creen ya. De ahí, corrupción mediante, la desconfianza de la gente en la política como mediación, a la que confunde, para acabar de arruinarlo todo, con la “clase política”. La realidad mediática es la gran enemiga de las mediaciones reales, por si queda alguna duda.

La humillación, el sometimiento, la naturaleza agredida, el capital impuesto como esclavitud y vergüenza salvífica son algunos de los grandes enemigos de la poesía.
